domingo, 23 de octubre de 2011

Testimonio vocacional

Mª Jesús Barroso, en el centro del grupo
La llamada del Señor Jesús llegó a mi vida siendo yo aún muy joven. Aunque sentía que Alguien me pedía hacer de mí algo distinto, que llenara aún más mi sed de alegría y felicidad, yo continuaba con la normalidad de la vida diaria. Sentía esa llamada, pero mis gustos no cambiaban: Me apasionaba el cine, el baile, la playa, el canto, el deporte y los ídolos que, en estos menesteres, destacaban en aquellos momentos; me gustaba leer novelas románticas y de otra especie. Lo pasaba pipa con Supermán, con Zipi y Zape, con Filemón y Mortadelo y con todo lo que cayera en mis manos propio de los personajes guay de la época, que algunos aún hoy perduran. Era una lectora de popurrí.
Intentaba ser una buena cristiana, pero no creo fuera mejor que mis amigas y compañeras. Eso sí, me las arreglaba bien para compaginar en armonía mi vida espiritual con lo social y lúdico.
Por aquel entonces, llegó a mis manos una revista de Santa Rita, y como me gustaba leerlo todo, me encontré con la dirección de unas monjas Agustinas, creo que de Zamora. Comencé a escribirles, por entablar correspondencia amistosa con ellas, pues el mundo de las “monjas” me atraía, sin saber por qué, pues aún no pensaba en serlo.
Mi primer encuentro, con lo que yo llamo, primera llamada fue de una forma bastante infantil. Repasando las páginas de un misal de mi hermana, me encontré con una estampa de la entonces Beata Beatriz de Silva, el grabado de aquella mujer monja me cautivó. No conocía nada de su vida, sólo quedé como electrocutada por su imagen. Por entonces tendría yo de 8 a 10 años.
Pasó el tiempo, y viviendo mis aficiones y otras aventuras más, estando en la celebración de la novena de San Roque, co-patrón de mi pueblo, en una ermita muy cerca del mar, escuché al sacerdote en la homilía, hablar de la vivencia de la gracia de Dios. Aquello me volvió a impactar e hice el propósito de hacer lo posible por vivir en adelante en gracia de Dios.
Seguía sintiendo un impulso interior hacia Dios y la vida consagrada, pero no sabía dónde. Lo de las Hermanas Agustinas de Zamora me parecía algo un poco difícil, con el agravante de que no me atrae nada el color negro. Lo descarté y después de muchos detalles más que los dejo en el tintero para no cansar, visité a las monjas Concepcionistas Franciscanas de mi pueblo. Me pasaron al locutorio y ¡no sé lo que pasó! Aquellas mujeres ejercieron en mí una gran atracción y me sedujo aquella vida oculta de silencio y oración.
Hoy, sigo siendo Concepcionista Franciscana porque me siento identificada con este carisma de contemplación y vida fraterna, de alegría y pobreza. Son estos pilares que continúan dando hoy vigencia y sentido a mi vida.


 María Inmaculada, la llena de gracia, la alegre por disponible, es para mi paradigma con sus actitudes, en el seguimiento de Cristo. Y Santa Beatriz de Silva, de la que aún sigo recordando mi primer encuentro con ella en mi infancia, ejerce también en mí como modelo en la espera a los designios y en la hora de Dios. En su fe y confianza aún contra toda esperanza. Es una mujer con una serena capacidad para el riesgo y para lo creativo. En resumen: ella es amor consagrado en totalidad a Dios, siguiendo a Jesucristo, fijos los ojos en María Inmaculada.
Me alegro de compartir este testimonio vocacional, precisamente en esta celebración del V Centenario de la aprobación de nuestra Regla, que es motivo de gozo y alegría para toda la Orden de la Inmaculada Concepción.
Quiero concluir con una breve oración que me ha acompañado desde los primeros pasos de mi vida consagrada hasta hoy: “Señor, haz de mi una monja plenamente alegre y siempre y en todo contemplativa”.



1 comentario:

  1. Gracias por tu testimonio. Siempre anima leer testimonios de personas que han consagrado su vida a Dios. Dejarlo todo para conseguir TODO. Vivir ese misterio de Jesús que sigue llamando a distintos carismas.

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