martes, 25 de octubre de 2011

Con sus mismos sentimientos

Orando el himno de Filipenses 2, 5-11
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

- Este pasaje es un precioso himno que tiene a Jesús como centro y con el que Pablo, que se encuentra en la cárcel, deja entrever su intimidad, su ternura, su confianza hacia los filipenses y les exhorta y nos enseña también a nosotras a seguir el ejemplo de humildad, desprendimiento, servicio… como Cristo lo hizo.
Tened los sentimientos de Cristo. Sólo pararme en esta primera frase ya me produce cierto vértigo. Pues la mayoría de las veces son mis propios sentimientos los que salen a flote, olvidándome de que tengo que revestirme de Cristo, olvidándome de la persona de Jesús a quien intento seguir. Por eso, el egoísmo, el amor propio… saltan con el primer obstáculo que se pone en medio. Mi deseo es el de ser más consciente de a Quien pertenezco para que sus sentimientos broten en mí con más espontaneidad de los que brotan los míos.
Este himno me habla de humildad, de oblación personal, de saber vivir la entrega desde la sencillez. Hacer las cosas de cada día desde la gratuidad, la generosidad… ¡Qué magnífica lección encuentro en Jesús que, para comprenderme, se rebajó, que pasó por uno de tantos! Y  yo ¿qué? ¿Soy capaz de ponerme en lugar de las otras personas para no juzgarlas?
Oración
Señor Jesús, dame la fortaleza para saber arrodillarme ante Ti
para saber reconocerte como mi Señor.
Que mi corazón sintonice con el tuyo
para poder tener y actuar con tus mismos sentimientos.
Que sepa abajarme, vaciarme de mí misma,
para que seas Tú quien reine, para que sea a Ti a quien vean.
Dame la sabiduría de la cruz,
la que me hace permanecer en tu amor, como María,
porque Tú eres el lote de mi heredad… Amén.


Hna. Ángela María Díaz Méndez, OIC


domingo, 23 de octubre de 2011

Testimonio vocacional

Mª Jesús Barroso, en el centro del grupo
La llamada del Señor Jesús llegó a mi vida siendo yo aún muy joven. Aunque sentía que Alguien me pedía hacer de mí algo distinto, que llenara aún más mi sed de alegría y felicidad, yo continuaba con la normalidad de la vida diaria. Sentía esa llamada, pero mis gustos no cambiaban: Me apasionaba el cine, el baile, la playa, el canto, el deporte y los ídolos que, en estos menesteres, destacaban en aquellos momentos; me gustaba leer novelas románticas y de otra especie. Lo pasaba pipa con Supermán, con Zipi y Zape, con Filemón y Mortadelo y con todo lo que cayera en mis manos propio de los personajes guay de la época, que algunos aún hoy perduran. Era una lectora de popurrí.
Intentaba ser una buena cristiana, pero no creo fuera mejor que mis amigas y compañeras. Eso sí, me las arreglaba bien para compaginar en armonía mi vida espiritual con lo social y lúdico.
Por aquel entonces, llegó a mis manos una revista de Santa Rita, y como me gustaba leerlo todo, me encontré con la dirección de unas monjas Agustinas, creo que de Zamora. Comencé a escribirles, por entablar correspondencia amistosa con ellas, pues el mundo de las “monjas” me atraía, sin saber por qué, pues aún no pensaba en serlo.
Mi primer encuentro, con lo que yo llamo, primera llamada fue de una forma bastante infantil. Repasando las páginas de un misal de mi hermana, me encontré con una estampa de la entonces Beata Beatriz de Silva, el grabado de aquella mujer monja me cautivó. No conocía nada de su vida, sólo quedé como electrocutada por su imagen. Por entonces tendría yo de 8 a 10 años.
Pasó el tiempo, y viviendo mis aficiones y otras aventuras más, estando en la celebración de la novena de San Roque, co-patrón de mi pueblo, en una ermita muy cerca del mar, escuché al sacerdote en la homilía, hablar de la vivencia de la gracia de Dios. Aquello me volvió a impactar e hice el propósito de hacer lo posible por vivir en adelante en gracia de Dios.
Seguía sintiendo un impulso interior hacia Dios y la vida consagrada, pero no sabía dónde. Lo de las Hermanas Agustinas de Zamora me parecía algo un poco difícil, con el agravante de que no me atrae nada el color negro. Lo descarté y después de muchos detalles más que los dejo en el tintero para no cansar, visité a las monjas Concepcionistas Franciscanas de mi pueblo. Me pasaron al locutorio y ¡no sé lo que pasó! Aquellas mujeres ejercieron en mí una gran atracción y me sedujo aquella vida oculta de silencio y oración.
Hoy, sigo siendo Concepcionista Franciscana porque me siento identificada con este carisma de contemplación y vida fraterna, de alegría y pobreza. Son estos pilares que continúan dando hoy vigencia y sentido a mi vida.


 María Inmaculada, la llena de gracia, la alegre por disponible, es para mi paradigma con sus actitudes, en el seguimiento de Cristo. Y Santa Beatriz de Silva, de la que aún sigo recordando mi primer encuentro con ella en mi infancia, ejerce también en mí como modelo en la espera a los designios y en la hora de Dios. En su fe y confianza aún contra toda esperanza. Es una mujer con una serena capacidad para el riesgo y para lo creativo. En resumen: ella es amor consagrado en totalidad a Dios, siguiendo a Jesucristo, fijos los ojos en María Inmaculada.
Me alegro de compartir este testimonio vocacional, precisamente en esta celebración del V Centenario de la aprobación de nuestra Regla, que es motivo de gozo y alegría para toda la Orden de la Inmaculada Concepción.
Quiero concluir con una breve oración que me ha acompañado desde los primeros pasos de mi vida consagrada hasta hoy: “Señor, haz de mi una monja plenamente alegre y siempre y en todo contemplativa”.



miércoles, 12 de octubre de 2011

Encuentros

Del evangelio de San Lucas 10,38-42

Un bellísimo relato de encuentros. Jesús tuvo durante su vida muchos lugares de “encuentros” con diversas personas. Son encuentros realmente bonitos, entrañables, magistrales y alguno hasta humorístico. De unos sabemos el final, de otros no, pero sin duda, todos dejaron huella en quien los vivió, pues ya sabemos que el “encuentro” no nos dejará indiferentes, al menos la inquietud está asegurada.
No voy a comentar lo que los sabios y entendidos en estudios bíblicos han dicho y dirán sobre el sentido y la exégesis de este trozo del Evangelio. No, no es lo mío. Sólo deseo compartir una sencilla reflexión orante desde el corazón.

En este relato evangélico se nos dice que Jesús entró en una aldea. ¿Iba solo? Es posible, pues no siempre tenía que ir con los discípulos a todas partes. Es probable que tuvieran día libre y cada cual se busco algún lugar para descansar. Vemos que Jesús buscó la cercanía y la intimidad de la amistad. Se fue a Betania, la aldea de Lázaro, Marta y María.
Dos hermanas reciben en su casa a Jesús. Dos temperamentos diferentes; así se desprende de la narración: Marta, en cuanto llega Jesús, después del primer saludo de cortesía, se coloca el delantal y se va a la cocina para preparar al visitante la mejor comida con postre y todo. En cambio, María se queda con Jesús, lo acompaña hasta la sala de estar y comienza a charlar, preguntar y escuchar.
Marta es la amiga disponible, servicial, atenta a los mil y un detalles. María es la amiga de la acogida, de la escucha, que se olvida hasta de la comida cuando el amigo está presente. Además de que alguien tenía que atender al visitante, porque Lázaro por lo que se ve estaba ausente. Es una lástima que del contenido de la charla entre Jesús y María no sabemos nada. Muy importante tuvo que ser ya que Jesús dijo aquello de: “María ha escogido la mejor parte”. Tuvo que ser uno de esos entrañables y esenciales “encuentros”.

Marta, comenzó muy contenta a realizar su tarea pensando en agradar con su trabajo a Jesús, pero le picó la chispa del agobio y viendo a su hermana tan sobradamente tranquila, le dice a Jesús: “¿No te importa que me haya dejado sola en las tareas?”. Es una protesta muy razonable y cortésmente formulada. Jesús, que había estado escuchando el trajín que Marta se traía, la mira y con ternura le dice: “Marta, Marta, está preocupada e inquieta, una sola cosa es necesaria…” ¡Aquí surge el punto de encuentro entre Jesús y Marta. Con cariño le hace un reproche, le dice y hace ver cómo está viviendo y le muestra un camino nuevo: “una sola cosa es necesaria…”
A Jesús no le importaba que Marta estuviera en las tareas de la comida, lo que le reprocha es su preocupación y su inquietud. Las dos cosas había que hacerlas: atender a Jesús, eso lo hizo María, y preparar la comida y es lo que hacía Marta.
¿Qué destaca Jesús? Para mí, que hagas lo que hagas, alejes de ti la preocupación, la inquietud. Son dos factores que nos impiden descubrir el paso del Señor por nuestra vida. A no ser que tengamos la suerte de que, alguien desde el Señor nos haga ver nuestra situación y tomemos conciencia de ello.

María a los pies de Jesús amaba y era amada por el Señor y Marta en medio de las tareas y cazuelas amaba y era amada por el Señor. Y ya lo diría S. Pablo más tarde: “Ya comamos, bebamos, trabajemos en cocina, en el lavado, en el ordenador, el la oficina, en la carpintería, en la universidad, en hospitales… en tantos y tantos quehaceres, siempre “somos del Señor”.
Qué bien lo pasarían al degustar los tres juntos la sabroso comida preparada por Marta. Y es que la acogida, la preparación y la degustación de un regalo, eso es sin duda un “encuentro” que no se olvida.
Que Él nos conceda esa chispa que haga brotar ese “encuentro” que transforme nuestra vida en hoguera de generosidad, alegría, servicio, en una palabra, en AMOR.


martes, 11 de octubre de 2011

Juan Bautista, testigo del Elegido

Juan 1,19-34

19 Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?»
20 El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo.»
21 Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?» El dijo: «No lo soy.» - «¿Eres tú el profeta?» Respondió: «No.»
22 Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
23 Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.»
24 Los enviados eran fariseos. 25 Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?»
26 Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, 27 que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.»
28 Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
29 Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre,          que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. 31 Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.»
32 Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. 33 Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." 34 Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.»
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LECTIO

Juan el Bautista no es simplemente un personaje más de la Biblia, sino una persona que tuvo el honor de ser proclamado por Jesús con este elogio: Entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él (Lc 7, 28; Mt 11, 11).
Los cuatro evangelistas hablan de Juan. Marcos ya en 1,2-9 empieza a hablar de él  con un pasaje de Isaías Is 40,3: "voz  que clama en el desierto... preparad el camino del Señor, rectificar sus sendas”. Él anuncia que ya ha llegado el tiempo prometido por Yahveh, y como es habitual en la Biblia, todo acontecimiento importante va acompañado por una serie de signos extraordinarios. Es Lucas el que nos narra su nacimiento y la serie de acontecimientos providenciales que le precedieron (Lc 1,5-25; 57-80). Juan es el último profeta del A.T. Es el que señala a Jesús como el enviado y el que exhortaba al pueblo ante la llegada de la Buena Nueva (Lc 3, 15-18). Juan se resistía a bautizar a Jesús (Mt 3,13), pero tenía que cumplir su misión y dejarse hacer por Dios. Se siente indigno de desatar la correa de sus sandalias (Mc 1, 7), y les aseguraba que serían bautizados no con agua sino con el Espíritu Santo (Lc  3,16 y Mt, 3,11 añaden: y en el Fuego). Son los sinópticos los que narran el Bautismo de Jesús (Mc, 1,9-9; Mt 3,13-17; Lc 3,21-22). Juan no narra el Bautismo de Jesús, pero da testimonio de Él diciendo que es el Elegido de Dios 1,34 y el que viene del cielo, que está por encima de todos, y nadie lo acepta aunque habla palabras de Dios porque le da el Espíritu sin medida, y asegura que el que cree en Él ,que es el Hijo, tiene vida eterna (Jn,3,34-36). Lucas y Mateo nos presentan a un Juan no muy seguro de que Jesús de Nazaret fuese el Enviado, y envía a dos discípulos a preguntarle si es el que ha de venir, o debemos esperar a otro (Lc 6,19;  Mt 11,3), pues Juan tenía conciencia clara de no ser él el Cristo, ni el Profeta, sino la voz que clama en el desierto (Jn 1, 20-23). La muerte de Juan la narran los evangelistas sinópticos Mc 6,27-28; Mt 14,11. Lucas nos narra la prisión en la cárcel pero no su muerte (Lc 3, 20).
   
MEDITATIO   
                   
¿Qué me enseña Juan el Bautista para mi vida personal?  Veo en él una persona elegida desde antes de nacer, y yo también me veo (guardando las distancias) elegida desde antes de nacer; el Señor me pensó ya desde el principio para ser de Él. Mi historia es una más entre todas las personas creadas, y que cada una tiene sus rasgos específicos que la distinguen de las demás. Yo no fui bautizaba en el Jordán, pero el Señor me hizo  muy sensible ante las necesidades de los demás; no soy una persona inteligente, pero la Palabra del Señor me llegaba hasta dentro y me iba enseñando; también me ayudó el ambiente de amor que me rodeaba. Juan se sintió impulsado en el desierto a bautizar, a liberar a los oprimidos, y yo precisamente también me sentía impulsada a ayudar a los más pobres, a los que la sociedad marginaba, ancianos y jóvenes enfermas. Juan mandó a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si era Él el Esperado; yo estaba segura que era Él el que me llamaba al desierto del claustro, para vivir toda mi vida con Él y para Él. Y aquí estoy; llevo cincuenta años con Él y soy muy feliz, algunas veces también hemos reñido, pero son los momentos que más he aprendido. Su Palabra ha sido la fuerza y la que me ha guiado en los momentos duros y difíciles.      
Juan me enseña a dejarme hacer por Él en la vida ordinaria; y Él en la suya y yo en la mía quiero cumplir sus deseos con mucha alegría.


ORATIO 

Señor, Tú me sondeas y me conoces.
No ha llegado la palabra a mi boca y te la sabes toda.
Estréchame entre tus brazos y sana mi corazón,
pues quiero que de verdad sea todo tuyo,
para así poderlo entregar a mis hermanas, y ser transparencia tuya,
y Tú vayas creciendo en mí y yo disminuyendo,
intentando ser,  como María, la esclava del Señor.
Te pido que lo realices a Ti, que vives y reinas
con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
AMÉN.

Mª del Pilar Aramendía, OIC



jueves, 6 de octubre de 2011

La Misión de la Vida Contemplativa desde la Eucaristía

Nuestra vocación contemplativa es el amor

Como los sarmientos unidos a la vid dan como fruto la uva, así la contemplativa  unida a Cristo da como fruto el amor. Y esto solo se realiza en la Eucaristía ya que el  único fin de la Eucaristía es hacernos Cuerpo y Sangre de Cristo. Y si somos Cristo somos Amor. Capaces de amar hasta dar la vida por nuestros hermanos.

La Contemplativa toma conciencia de este misterio y toda su vida se traduce en una búsqueda constante y un deseo ardiente de que Cristo sea todo en ella.  

La Contemplativa como Concepcionista tiene sentido solo desde la Eucaristía. En ella se fundamenta y toma como prioridad de su vida y, a imitación de María y con María, hace de cada eucaristía un eco de la encarnación de Cristo que la lleva a realizar la  visitación a todos sus hermanos necesitados, y en actitudes de exquisita caridad fraterna hace posible la natividad de Jesús en cada corazón.  

La contemplativa Concepcionista tiene como carisma: celebrar, alabar y honrar a la Inmaculada Concepción de María, y se siente llamada a vivir la pureza, limpieza y virginidad en todas sus actitudes.

Con María, en María y desde María, la Concepcionista realiza su apostolado en la Iglesia, viviendo en una intimidad profunda con Cristo, en oración silenciosa y escondida que va fecundando a la Iglesia, a la vez que va dando testimonio de una vida escatológica a la que todos estamos llamados y que ya aquí en la tierra es posible vivirlo.

La Vocación Contemplativa es muy exigente, pero la gracia para vivirla es muy elevada.

María del Carmen Luna
    

miércoles, 5 de octubre de 2011

Historia de mi vocación

Dios me creó, me formó en el vientre de mi madre, 
me llamó por mi nombre
y me eligió para ser su esposa

Queridos Jóvenes:

Deseo mediante la presente haceros partícipes de mi experiencia vocacional: Cuando tenía 15 años de edad ingresé a un grupo juvenil de los hermanos Maristas. En este grupo, después de mi hogar, conocí a Jesús y a su Santísima madre, fue una bella e inolvidable experiencia de compartir con  maravillosos jóvenes donde se gozaba en pleno;  allí nos enseñaron a amar  a Dios y a las personas, mediante una formación excelente que nos impartían todos los sábados; luego teníamos la misión de asistir a los ancianos, a dar catequesis a niños para la primera comunión, visitar a los enfermos y anunciar el evangelio a todo el mundo. Todo aquello  me encantaba. Sin embargo, cuando tuve 17 años, empecé a sentir  una llamada muy quedita dentro de mí para la vida contemplativa, pero yo estaba tan contenta rodeada de gente muy buena; me sentía querida y acogida por todos, gozaba de la confianza y cariño de mi hogar, por tanto, quería apagar esa voz que me llamaba y seguí emprendiendo más proyectos para agarrarme con más fuerza a ello, de modo que aquella voz se apagara del todo; pero la lucha dentro de mí era cada vez mayor;  ante mi impotencia de no saber qué hacer, pedí a la Virgen del Cisne que me ayudara a discernir mi vocación.

En el mes de agosto hice una peregrinación hacia su santuario y le supliqué me iluminara;  en septiembre tuve el gozo de asistir a una convivencia de escuela de líderes que preparaban los hermanos maristas, con toda la juventud marista del país, aquello fue emocionante en extremo, lo viví intensamente feliz. Cada acto me sabía a gloria bendita, cada joven era una luz radiante que me  inspiraba amor y respeto; definitivamente era la felicidad colmada; no podía imaginar ni por asombro que este pastel tan sabroso era mi regalo de despedida. Jesús y María ya tenían preparado el billete  para viajar a otro paraíso, y me lo entregaron en el día de mi cumpleaños, el 12 de octubre de 1994, cuando cumplía 18 años de edad;  el embarque definitivo era el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción y la misión era honrar y venerar y celebrar la pureza virginal de María Santísima, en el monasterio de Religiosas Concepcionistas Franciscanas de la Orden de la Inmaculada Concepción.  

El acto de ingresar en esta Orden fue muy curioso. Cuando Dios quiere algo, se las ingenia de maravilla. Al regreso de la escuela de líderes, el Hermano Crescenciano me pidió que le acompañara  a visitar a las Madres Concepcionistas, ya que tenia que despedirse de una religiosa que viajaba a España. Fui con él y se presentó una religiosa que irradiaba la presencia de María en la bondad, dulzura, transparencia y sencillez que me llegaba al alma, se dirigió a mí y me invitó a ser religiosa. Yo le dije que sí pero más tarde; me insistió a que no hiciera esperar a Jesús que me llama; esta frase caló por todo mi ser, y al regresar a casa por el camino no hacía otra cosa que pensar en aquello, le comunique a mis padres, su respuesta fue lágrimas de dolor y al mismo tiempo de comprensión y apoyo; por lo que empecé a dar los pasos definitivos,  me despedí de todos mi amigos en fiestas que me prepararon de despedida;  finalmente, tome todas mis cosas y las entregue a los pobres, y acompañada de mis padres, amigos y niños de la catequesis entré al palacio de mi Dios y mi Rey.

Me recibió una comunidad alegre y acogedora, me echaron flores y abrazos de bienvenida, yo gozaba por dentro y por fuera, pero quienes me acompañaban no hacían otra cosa que llorar, pero mi felicidad estaba decidida;  a partir de ese momento todo era sorpresa que me alimentaba día a día, e iba echando raíces y creciendo en sabiduría y en gracia por la misericordia de Dios. Yo pensaba: “de este convento al cielo”, y Dios dijo:  “de este no, desde el convento de Madrid”, por lo que viajé a España, consciente de la misión que tenía: levantar y fortalecer esta casa que tanta gloria a Dios había dado e iba a seguir dando. Y aquí estoy en Madrid- España, dando lo mejor de mi vida para Gloria de Dios y Bien de toda la humanidad. Dichosa y feliz porque el Señor va adelante, y María a nuestro lado. 
 Por tanto, JÓVENES: Vale la pena seguirle, no tengáis miedo a dar el paso, Dios quien invita nunca te abandonará.

Con Cariño
María del Carmen Luna D

martes, 4 de octubre de 2011

Jesús enseña con autoridad

Leemos Marcos 1, 21-28: el episodio en la sinagoga de Cafarnaún

- Resumo brevemente el contenido de este pasaje evangélico:

Jesús entra en la sinagoga de Cafarnaún y allí enseña. La gente se admira porque enseña con autoridad. De pronto alguno de los oyentes le rechaza diciéndole: “¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Te conozco. ¡Sé que eres el Santo de Dios! Jesús le hace callar y el demonio que este hombre llevaba dentro de él, sale. Todos se asustan y se preguntan: ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta los espíritus impuros le obedecen. Su fama se extendió por toda Galilea”.
Jesús se encuentra con alguien que lo rechaza. El hombre reconoce la personalidad de Jesús, pero tiene miedo porque esconde algo su vida y teme acabar destruido por la fuerza y verdad de su palabra. Jesús se emplea a fondo con él, le hace caer en la cuenta de la mentira e hipocresía de su vida y, con su poder, le saca de su ruinosa y destructiva situación. Este hombre se resiste, grita y retuerce. Jesús le habla claro y  fuerte, y del demonio, de la resistencia violenta que llevaba dentro, pasa a una situación de sosiego y paz.
No sabemos nada más de este hombre, ni qué fue de él. Es posible que fuera más tarde un buen discípulo de Jesús.

Preguntas de reflexión:

- ¿Con quién me identifico en este pasaje evangélico?
- ¿Con Jesús, que habla y enseña con autoridad? (Hablar y enseñar con autoridad significa: vivir con coherencia en palabras, actitudes y hechos)
- ¿Con Jesús, que entabla relación, incluso con quien le rechaza o con quien no piensa como Él?
- ¿Suelo yo hablar y vivir del tal forma que logre desenmascarar al demonio de la mentira, violencia, injusticia etc… que reinan en nuestro mundo?
- ¿Me identifico con el hombre de espíritu impuro, que rechaza a Dios porque le incomoda, le estorba, porque el egoísmo y el desamor lo invade totalmente?
- ¿Con los espectadores de esta escena, que se admiran por las obras que Dios dice y hace en Jesús y sus seguidores?
- ¿Con los espectadores, que se asustan y quieren pasar desapercibidos sin implicarse en nada por el Reino, para que nadie se meta con ellos?
- ¿Te identificas con aquellos que fueron contando lo sucedido, de manera que la Vida y Palabra de Jesús llegue hasta el confín de la Tierra?

Oración:

Señor, Jesús, ayúdanos a que, en nuestras vidas, concuerden coherentemente
el pensamiento, la palabra y la vida,
sin fisuras que estropeen tu obra salvadora en nosotros.

Hna. Mª Jesús Barroso Ramos, OIC (Tenerife)


lunes, 3 de octubre de 2011

Nada es imposible para Dios

Leemos Lucas 1,26-38: El relato de la anunciación
26 Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

28 Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
29 Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; 31vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
32 El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»
34 María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»
35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por  eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, 37  porque ninguna cosa es imposible para Dios.»
38 Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.

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¿Qué me dice a mí esta Palabra?

 Señor Jesús, este Evangelio me recuerda el momento cuando fui inspirada y llamada  a la  vocación religiosa. Terminados mis estudios, fui como de costumbre a la misa del domingo. Yo pensaba para mis adentros cómo podía ser religiosa. Después de un largo rato me fui a casa, estaba sola en el camino. De repente apareció un señor de unos setenta años. Me preguntó que si me acompañaba a casa, acepté su compañía, y en el camino me hizo muchas preguntas, entre ellas que si quería ser religiosa. Le dije que no, porque no tenía dinero, y este amable señor me facilitó rápidamente los medios para poder realizar esta aspiración. Una vez ingresada en el Monasterio, no volví a saber más de esta persona.

Oración

Señor de mi alma, cada vez que llega este Evangelio a mis oídos, se renueva un sentimiento profundo de gratitud y vivo con intensidad el presente de mi vocación personal, elegida y amada por ti, corazón mío.

Tu esposa del alma, que te quiere y piensa a sol y sombra.
Sin tu amor ¿quién podrá vivir?

Hna. Gilma Salgado, OIC (Madrid)

sábado, 1 de octubre de 2011

Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?

Orando con Juan 20,11-18


11 Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, 12 y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.
13 Le dicen ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.»
14 Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
15 Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.»
16 Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» .
17 Le dice Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.»
18 Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
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Después de haber leído y meditado la palabra, Dios me pide y así lo siento, ser la primera en ir, no al sepulcro, sino en busca de quien necesita mi ayuda o colaboración, sea que quiera o que no me sea agradable, pues creo que Dios esta detrás de esa persona que necesita mis cuidados, pues mi hermana/o es Dios, y me dirían los (ángeles)… como a la Magdalena: “Si te repugna o no te es grato y en tu interior te duele… no llores, que es Jesus a QUIEN ESTAS AYUDANDO Y TE QUIERE. ¡VE DEPRISA! Él te espera, te ama”. Puedo oír como María, ¡ve! Y me diría el Señor: “Isa, ve y sé testigo de mi evangelio, predica con tu vida y tu ejemplo. Yo te amo”.
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DETÉN TU MENTE Y ORA
Jesús, no soy María en el amor, pero sí, quizás, en tener demonios que tú me has quitado, perdonado, y amado. Te doy las gracias, al igual que María, por llevar tu carácter de bautizada. Si he recibido, desprecios, incluso salivazos, calumnias…, a veces he reaccionado regular; otras veces, he mirado que tú antes de tu resurrección fuiste azotado, calumniado, insultado y esto me ha dado valor de seguir adelante y no tirar la toalla, (que a veces no me faltaban ganas) pero sentía tu voz: “Isa, estoy aquí, te amo… Más sufrí yo por tu amor”. Te pido perdón si muchas veces no he obrado como María Magdalena, con ese amor que siempre hace locuras por el amado. Quizás no he sido testigo de tu evangelio por cobardía. Perdón, Señor, quiero no separarme más de ti.
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CONTEMPLAR
María Magdalena fue corriendo después de verte, contó todo, se sentía alegre y segura por su Señor Resucitado, no tenía miedo… Yo, Señor, sé que vives en mí, a veces te siento, pero no siempre, y sufro por esta causa, lloro, me revelo, te grito, pero a pesar de todo, te siento dentro de mí. Entonces te ruego. Sé que estás resucitado, y sé que todo lo que pida en tu nombre, según tú dijiste, me será concedido. Por la fe lo siento, pero, Señor, lloro muchas veces porque mis planes no son los tuyos y no comprendo, y tantas veces me revelo… Pero ruego por tantas causas que hay por fuera y unas veo, otras las escucho y me duelen. Lo mío no es nada comparado con el sufrimiento ajeno.
Perdón, Señor, quiero ser tu amor preferido y sé que somos tuyos. Tú dijiste VOY A PREPARAROS SITIO  y confío en Ti, creo en tu Resurreccion y esto me anima; quiero ser para ti tu amada perdonada. Quiero ser tu testigo con mi vida de consagrada, aunque tenga que sufrir por serte fiel.
El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quien temeré?
El Señor es mi fortaleza ¿Quién me hará temblar? (Salmo 27,1)
A ti, Señor, te estoy clamando; roca mía, escucha mi voz (Salmo 28,1)

Hna. María Isabel Carrasco, OIC