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martes, 7 de febrero de 2012

"Quiero, queda limpio"

Mc 1,40-45

Resumo brevemente el relato evangélico.


“Jesús se encuentra con un hombre enfermo de lepra que de rodillas le pide: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús tiene compasión, le toca con su mano y le dice: “Quiero, queda limpio”. El hombre quedó sano y no dejaba de alabar a Dios.”

            Todos estamos “enfermos” de alguna “lepra”. Si ahondamos dentro de nosotros, lograremos poner nombre a “esa” enfermedad que llevamos e intentamos ocultarla, incluso a nosotros mismos. Pero es una lepra que está ahí, nos duele, nos hace daño, sin embargo, nos resulta difícil quitárnosla de encima.
            Acojamos profundamente el gesto y la súplica del leproso y, puestos (física o espiritualmente) de rodillas, digámosle a Jesús: “Maestro, si quieres, puedes sanarme”.

            “Jesús tuvo compasión”.  En el recorrido de nuestra vida, seguro que nos hemos encontrado con personas de las cuales decimos: “esta persona tiene un gran corazón”. ¿Por qué?, porque a su lado notamos acogida, bondad, ternura, donación, en una palabra, a su lado nos sentimos bien, muy a gusto y deseamos que ese tiempo no pase nunca. Una persona compasiva tiene un corazón que lleva gravado en su corazón lo que dice S. Pablo en corintios 13: “El amor es paciente, humilde…aguanta sin límites, cree sin límites… ama sin límites. Es alguien que bebe en la fuente de Aquel que dijo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Es alguien que conoce por dentro aquel versículo del Antiguo Testamento: “misericordia quiero y no sacrificios”.  Misericordia y compasión tuvo Jesús de aquel hombre leproso.

-¿Suele discurrir mi vida por el camino de la misericordia y compasión?
-¿Se conmueve mi corazón ante las necesidades, problemas y dificultades de mis hermanos y hermanas cercanos o lejanos?
-¿Mi trato y talante suele ser compasivo y cariñoso con las personas que me rodean?
           
            Jesús tocó con su mano al hombre enfermo de lepra”. No siempre podremos tocar a alguien físicamente, pero sí lo podemos hacer con la ternura y la comprensión de nuestra mirada. Podemos tocar a los demás con nuestro servicio fraterno y podemos tocar a todos nuestros hermanos y hermanas de cerca y de lejos con el afecto de nuestro recuerdo y, sobre todo, con la oración ante Jesús que Él sí puede tocar y sanar la lepra que cada uno llevamos dentro.

            “Quiero, queda limpio”. Nos podemos imaginar la cara de asombro y la alegría de aquel hombre cuando se vio sanado de su enfermedad. Liberado de su esclavitud, de su fealdad e impureza ante sí mismo y ante los demás. No es de extrañar que no lograra  seguir el consejo de Jesús de no decírselo a nadie. No pudo reprimir su gozo y a grandes voces contó a todos lo que le había sucedido. No podía dejar de alabar y glorificar a Dios por la sanación física y espiritual que aquel “encuentro” con Jesús había traído a su vida.

            Oremos:
Señor Jesús, haz que interiorice lo suficiente para poder descubrir mi lepra, y que me acerque con humildad a ti para pedirte que ejerzas en mí tu compasión, que me ayudes con tus manos, a través de las manos de mis hermanos, y dame fuerzas, Señor, para acercarme y tocar con tu misma compasión a tantos hermanos y hermanas de cerca y de lejos que necesitan ternura y cercanía.


Hna. María Jesús Barroso, OIC

sábado, 4 de febrero de 2012

De madrugada, Jesús se puso a orar

Domingo V Tiempo ordinario
Reflexión
El Evangelio de este día (Marcos 1,29 – 39), da para variadas formas de reflexionar y orar.
A mí me ha llamado la atención lo siguiente: “De madrugada, se levantó Jesús, se alejó a un lugar descampado y se puso a orar”.  (1, 35).
“De madrugada”.
Es posible, que por unas causas u otras, todos tengamos la experiencia de haber hecho en nuestras vidas más de una madrugada: Por tener que llevar a un enfermo a urgencias, por diversos trabajos y… ¡cómo no! también para ponernos en camino en alguna excursión, romería etc.
¿Hemos hecho la experiencia alguna vez de levantarnos de madruga para orar? Es posible que sí. En medio del silencio sonoro, a la luz de la luna y bajo la sencilla mirada de las estrellas, que de vez en cuando nos guiñan el ojo, hemos intentado hablar, comunicarnos con Dios, nuestro Padre. Tal vez, hemos intentado poner en orden nuestros pensamientos y nuestros sentimientos en el silencio de su Presencia. Quién sabe, tal vez, el deseo ardiente de enamorada (como a la mujer del Cantar de los Cantares) nos ha impulsado a levantarnos en la madrugada para saborear la intimidad, la contemplación en la soledad de un encuentro con Dios. Sin duda son momentos fuertes, inolvidables en nuestra vida, que dejan huella.
“Jesús se alejó a un lugar descampado”.
Jesús no se alejó para huir de nada ni de nadie. Él era libre y de vez en cuando necesitaba el retiro y el silencio externo para poder experimentar en otra dimensión la paz y la escucha de Dios, su Padre; la paz y la escucha de sí mismo y la paz y la escucha de toda la creación.
¡Qué bien nos viene, de cuando en cuando a nosotros también, retirarnos buscando un lugar de silencio! No siempre es el único y puede que sea en otros lugares de más bullicio dónde gustemos del encuentro con Dios. Pero, sin duda, un lugar a solas y orando en silencio, aunque no experimentemos nada de nada, nos fortalece y nos prepara para la comunicación y el encuentro con Dios y con los hermanos.
“Jesús se puso a orar”
Orar es fácil y difícil. A orar se aprende orando. Buscamos mil excusas para no hacer oración. Preferimos estar duramente trabajando antes de estar en la quietud de la oración: Nos cansamos, aburrimos, no sabemos qué decir y eso de escuchar a Dios nos parece un cuento. Entonces, la oración se nos hace cuesta arriba, difícil, luego… la abandonamos casi sin darnos cuenta, tal vez engañándonos a nosotros mismos.
Cuando, poco a poco, vamos intentando y deseando ardientemente comunicarnos con nuestro Padre Dios, la oración nos resultará cada vez más sencilla, cercana, algo así como el aire que respiramos. El deseo de vivir buscando el rostro de Dios volverá fácil nuestra oración, pues Él nos descubrirá su presencia en cada persona, en la naturaleza, en los gozos y en los sinsabores de todo acontecimiento.
Aprendamos a orar desde la Biblia. Ahí encontraremos gestos y textos de oración para todas nuestras necesidades. Por ejemplo:
-         “Yo te alabo, Señor, tú eres mi fortaleza”
-         “El Señores mi Pastor, nada me falta”
-         “Desde lo hondo a Ti grito, Señor”
-         “Oh Dios crea en mi un corazón puro”
-         “Dios mío, ven en mi auxilio”
-         Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”
-         “¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?”
-         “Señor, no te quedes lejos, apresúrate a socorrerme”
-         “Proclama mi alma la grandeza del Señor”

Textos, que a modo de jaculatorias, pueden ir jalonando nuestra jornada y nos pueden ayudar a vivir en su presencia. Sin olvidar la acción de gracias y alabanza por la hermana naturaleza, a quién debemos de tratar con alegría y ternura.
Hna. Mª Jesús Barroso, OIC

domingo, 23 de octubre de 2011

Testimonio vocacional

Mª Jesús Barroso, en el centro del grupo
La llamada del Señor Jesús llegó a mi vida siendo yo aún muy joven. Aunque sentía que Alguien me pedía hacer de mí algo distinto, que llenara aún más mi sed de alegría y felicidad, yo continuaba con la normalidad de la vida diaria. Sentía esa llamada, pero mis gustos no cambiaban: Me apasionaba el cine, el baile, la playa, el canto, el deporte y los ídolos que, en estos menesteres, destacaban en aquellos momentos; me gustaba leer novelas románticas y de otra especie. Lo pasaba pipa con Supermán, con Zipi y Zape, con Filemón y Mortadelo y con todo lo que cayera en mis manos propio de los personajes guay de la época, que algunos aún hoy perduran. Era una lectora de popurrí.
Intentaba ser una buena cristiana, pero no creo fuera mejor que mis amigas y compañeras. Eso sí, me las arreglaba bien para compaginar en armonía mi vida espiritual con lo social y lúdico.
Por aquel entonces, llegó a mis manos una revista de Santa Rita, y como me gustaba leerlo todo, me encontré con la dirección de unas monjas Agustinas, creo que de Zamora. Comencé a escribirles, por entablar correspondencia amistosa con ellas, pues el mundo de las “monjas” me atraía, sin saber por qué, pues aún no pensaba en serlo.
Mi primer encuentro, con lo que yo llamo, primera llamada fue de una forma bastante infantil. Repasando las páginas de un misal de mi hermana, me encontré con una estampa de la entonces Beata Beatriz de Silva, el grabado de aquella mujer monja me cautivó. No conocía nada de su vida, sólo quedé como electrocutada por su imagen. Por entonces tendría yo de 8 a 10 años.
Pasó el tiempo, y viviendo mis aficiones y otras aventuras más, estando en la celebración de la novena de San Roque, co-patrón de mi pueblo, en una ermita muy cerca del mar, escuché al sacerdote en la homilía, hablar de la vivencia de la gracia de Dios. Aquello me volvió a impactar e hice el propósito de hacer lo posible por vivir en adelante en gracia de Dios.
Seguía sintiendo un impulso interior hacia Dios y la vida consagrada, pero no sabía dónde. Lo de las Hermanas Agustinas de Zamora me parecía algo un poco difícil, con el agravante de que no me atrae nada el color negro. Lo descarté y después de muchos detalles más que los dejo en el tintero para no cansar, visité a las monjas Concepcionistas Franciscanas de mi pueblo. Me pasaron al locutorio y ¡no sé lo que pasó! Aquellas mujeres ejercieron en mí una gran atracción y me sedujo aquella vida oculta de silencio y oración.
Hoy, sigo siendo Concepcionista Franciscana porque me siento identificada con este carisma de contemplación y vida fraterna, de alegría y pobreza. Son estos pilares que continúan dando hoy vigencia y sentido a mi vida.


 María Inmaculada, la llena de gracia, la alegre por disponible, es para mi paradigma con sus actitudes, en el seguimiento de Cristo. Y Santa Beatriz de Silva, de la que aún sigo recordando mi primer encuentro con ella en mi infancia, ejerce también en mí como modelo en la espera a los designios y en la hora de Dios. En su fe y confianza aún contra toda esperanza. Es una mujer con una serena capacidad para el riesgo y para lo creativo. En resumen: ella es amor consagrado en totalidad a Dios, siguiendo a Jesucristo, fijos los ojos en María Inmaculada.
Me alegro de compartir este testimonio vocacional, precisamente en esta celebración del V Centenario de la aprobación de nuestra Regla, que es motivo de gozo y alegría para toda la Orden de la Inmaculada Concepción.
Quiero concluir con una breve oración que me ha acompañado desde los primeros pasos de mi vida consagrada hasta hoy: “Señor, haz de mi una monja plenamente alegre y siempre y en todo contemplativa”.



miércoles, 12 de octubre de 2011

Encuentros

Del evangelio de San Lucas 10,38-42

Un bellísimo relato de encuentros. Jesús tuvo durante su vida muchos lugares de “encuentros” con diversas personas. Son encuentros realmente bonitos, entrañables, magistrales y alguno hasta humorístico. De unos sabemos el final, de otros no, pero sin duda, todos dejaron huella en quien los vivió, pues ya sabemos que el “encuentro” no nos dejará indiferentes, al menos la inquietud está asegurada.
No voy a comentar lo que los sabios y entendidos en estudios bíblicos han dicho y dirán sobre el sentido y la exégesis de este trozo del Evangelio. No, no es lo mío. Sólo deseo compartir una sencilla reflexión orante desde el corazón.

En este relato evangélico se nos dice que Jesús entró en una aldea. ¿Iba solo? Es posible, pues no siempre tenía que ir con los discípulos a todas partes. Es probable que tuvieran día libre y cada cual se busco algún lugar para descansar. Vemos que Jesús buscó la cercanía y la intimidad de la amistad. Se fue a Betania, la aldea de Lázaro, Marta y María.
Dos hermanas reciben en su casa a Jesús. Dos temperamentos diferentes; así se desprende de la narración: Marta, en cuanto llega Jesús, después del primer saludo de cortesía, se coloca el delantal y se va a la cocina para preparar al visitante la mejor comida con postre y todo. En cambio, María se queda con Jesús, lo acompaña hasta la sala de estar y comienza a charlar, preguntar y escuchar.
Marta es la amiga disponible, servicial, atenta a los mil y un detalles. María es la amiga de la acogida, de la escucha, que se olvida hasta de la comida cuando el amigo está presente. Además de que alguien tenía que atender al visitante, porque Lázaro por lo que se ve estaba ausente. Es una lástima que del contenido de la charla entre Jesús y María no sabemos nada. Muy importante tuvo que ser ya que Jesús dijo aquello de: “María ha escogido la mejor parte”. Tuvo que ser uno de esos entrañables y esenciales “encuentros”.

Marta, comenzó muy contenta a realizar su tarea pensando en agradar con su trabajo a Jesús, pero le picó la chispa del agobio y viendo a su hermana tan sobradamente tranquila, le dice a Jesús: “¿No te importa que me haya dejado sola en las tareas?”. Es una protesta muy razonable y cortésmente formulada. Jesús, que había estado escuchando el trajín que Marta se traía, la mira y con ternura le dice: “Marta, Marta, está preocupada e inquieta, una sola cosa es necesaria…” ¡Aquí surge el punto de encuentro entre Jesús y Marta. Con cariño le hace un reproche, le dice y hace ver cómo está viviendo y le muestra un camino nuevo: “una sola cosa es necesaria…”
A Jesús no le importaba que Marta estuviera en las tareas de la comida, lo que le reprocha es su preocupación y su inquietud. Las dos cosas había que hacerlas: atender a Jesús, eso lo hizo María, y preparar la comida y es lo que hacía Marta.
¿Qué destaca Jesús? Para mí, que hagas lo que hagas, alejes de ti la preocupación, la inquietud. Son dos factores que nos impiden descubrir el paso del Señor por nuestra vida. A no ser que tengamos la suerte de que, alguien desde el Señor nos haga ver nuestra situación y tomemos conciencia de ello.

María a los pies de Jesús amaba y era amada por el Señor y Marta en medio de las tareas y cazuelas amaba y era amada por el Señor. Y ya lo diría S. Pablo más tarde: “Ya comamos, bebamos, trabajemos en cocina, en el lavado, en el ordenador, el la oficina, en la carpintería, en la universidad, en hospitales… en tantos y tantos quehaceres, siempre “somos del Señor”.
Qué bien lo pasarían al degustar los tres juntos la sabroso comida preparada por Marta. Y es que la acogida, la preparación y la degustación de un regalo, eso es sin duda un “encuentro” que no se olvida.
Que Él nos conceda esa chispa que haga brotar ese “encuentro” que transforme nuestra vida en hoguera de generosidad, alegría, servicio, en una palabra, en AMOR.


martes, 4 de octubre de 2011

Jesús enseña con autoridad

Leemos Marcos 1, 21-28: el episodio en la sinagoga de Cafarnaún

- Resumo brevemente el contenido de este pasaje evangélico:

Jesús entra en la sinagoga de Cafarnaún y allí enseña. La gente se admira porque enseña con autoridad. De pronto alguno de los oyentes le rechaza diciéndole: “¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Te conozco. ¡Sé que eres el Santo de Dios! Jesús le hace callar y el demonio que este hombre llevaba dentro de él, sale. Todos se asustan y se preguntan: ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta los espíritus impuros le obedecen. Su fama se extendió por toda Galilea”.
Jesús se encuentra con alguien que lo rechaza. El hombre reconoce la personalidad de Jesús, pero tiene miedo porque esconde algo su vida y teme acabar destruido por la fuerza y verdad de su palabra. Jesús se emplea a fondo con él, le hace caer en la cuenta de la mentira e hipocresía de su vida y, con su poder, le saca de su ruinosa y destructiva situación. Este hombre se resiste, grita y retuerce. Jesús le habla claro y  fuerte, y del demonio, de la resistencia violenta que llevaba dentro, pasa a una situación de sosiego y paz.
No sabemos nada más de este hombre, ni qué fue de él. Es posible que fuera más tarde un buen discípulo de Jesús.

Preguntas de reflexión:

- ¿Con quién me identifico en este pasaje evangélico?
- ¿Con Jesús, que habla y enseña con autoridad? (Hablar y enseñar con autoridad significa: vivir con coherencia en palabras, actitudes y hechos)
- ¿Con Jesús, que entabla relación, incluso con quien le rechaza o con quien no piensa como Él?
- ¿Suelo yo hablar y vivir del tal forma que logre desenmascarar al demonio de la mentira, violencia, injusticia etc… que reinan en nuestro mundo?
- ¿Me identifico con el hombre de espíritu impuro, que rechaza a Dios porque le incomoda, le estorba, porque el egoísmo y el desamor lo invade totalmente?
- ¿Con los espectadores de esta escena, que se admiran por las obras que Dios dice y hace en Jesús y sus seguidores?
- ¿Con los espectadores, que se asustan y quieren pasar desapercibidos sin implicarse en nada por el Reino, para que nadie se meta con ellos?
- ¿Te identificas con aquellos que fueron contando lo sucedido, de manera que la Vida y Palabra de Jesús llegue hasta el confín de la Tierra?

Oración:

Señor, Jesús, ayúdanos a que, en nuestras vidas, concuerden coherentemente
el pensamiento, la palabra y la vida,
sin fisuras que estropeen tu obra salvadora en nosotros.

Hna. Mª Jesús Barroso Ramos, OIC (Tenerife)