Mc 1,40-45
Resumo brevemente el relato evangélico.
“Jesús se encuentra con un hombre enfermo de lepra que de rodillas le pide: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús tiene compasión, le toca con su mano y le dice: “Quiero, queda limpio”. El hombre quedó sano y no dejaba de alabar a Dios.”
Todos estamos “enfermos” de alguna “lepra”. Si ahondamos dentro de nosotros, lograremos poner nombre a “esa” enfermedad que llevamos e intentamos ocultarla, incluso a nosotros mismos. Pero es una lepra que está ahí, nos duele, nos hace daño, sin embargo, nos resulta difícil quitárnosla de encima.
Acojamos profundamente el gesto y la súplica del leproso y, puestos (física o espiritualmente) de rodillas, digámosle a Jesús: “Maestro, si quieres, puedes sanarme”.
“Jesús tuvo compasión”. En el recorrido de nuestra vida, seguro que nos hemos encontrado con personas de las cuales decimos: “esta persona tiene un gran corazón”. ¿Por qué?, porque a su lado notamos acogida, bondad, ternura, donación, en una palabra, a su lado nos sentimos bien, muy a gusto y deseamos que ese tiempo no pase nunca. Una persona compasiva tiene un corazón que lleva gravado en su corazón lo que dice S. Pablo en corintios 13: “El amor es paciente, humilde…aguanta sin límites, cree sin límites… ama sin límites. Es alguien que bebe en la fuente de Aquel que dijo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Es alguien que conoce por dentro aquel versículo del Antiguo Testamento: “misericordia quiero y no sacrificios”. Misericordia y compasión tuvo Jesús de aquel hombre leproso.
-¿Suele discurrir mi vida por el camino de la misericordia y compasión?
-¿Se conmueve mi corazón ante las necesidades, problemas y dificultades de mis hermanos y hermanas cercanos o lejanos?
-¿Mi trato y talante suele ser compasivo y cariñoso con las personas que me rodean?
“Jesús tocó con su mano al hombre enfermo de lepra”. No siempre podremos tocar a alguien físicamente, pero sí lo podemos hacer con la ternura y la comprensión de nuestra mirada. Podemos tocar a los demás con nuestro servicio fraterno y podemos tocar a todos nuestros hermanos y hermanas de cerca y de lejos con el afecto de nuestro recuerdo y, sobre todo, con la oración ante Jesús que Él sí puede tocar y sanar la lepra que cada uno llevamos dentro.
“Quiero, queda limpio”. Nos podemos imaginar la cara de asombro y la alegría de aquel hombre cuando se vio sanado de su enfermedad. Liberado de su esclavitud, de su fealdad e impureza ante sí mismo y ante los demás. No es de extrañar que no lograra seguir el consejo de Jesús de no decírselo a nadie. No pudo reprimir su gozo y a grandes voces contó a todos lo que le había sucedido. No podía dejar de alabar y glorificar a Dios por la sanación física y espiritual que aquel “encuentro” con Jesús había traído a su vida.
Oremos:
Señor Jesús, haz que interiorice lo suficiente para poder descubrir mi lepra, y que me acerque con humildad a ti para pedirte que ejerzas en mí tu compasión, que me ayudes con tus manos, a través de las manos de mis hermanos, y dame fuerzas, Señor, para acercarme y tocar con tu misma compasión a tantos hermanos y hermanas de cerca y de lejos que necesitan ternura y cercanía.
Hna. María Jesús Barroso, OIC